Distritos urbanos — Crear ciudad o una nueva forma de segregación.

¿Cómo llegamos a los distritos urbanos?

La dispersión residencial en baja densidad es actualmente el patrón de urbanización de las ciudades mexicanas y latinoamericanas, teniendo como producto final la vivienda unifamiliar. Con ello las implicaciones negativas de la dispersión urbana, “ciudad difusa” (Indovina, 1990), modelo que propicia un desarrollo desigual y disperso de actividades productivas, que a la postre produce grandes costos directos e indirectos para las administraciones públicas y la población en general.

Actualmente encontramos un nuevo paradigma urbano y discursivo entre urbanistas y políticos, la transición a una “ciudad compacta”. Una ciudad densa y con un grado alto de usos mixtos (Vera y Padilla, 2011), para ello, la densidad residencial es una variable relevante para conseguir una ciudad compacta y sustentable. Podemos observar la transformación de áreas residenciales a “distritos” y conceptos sinónimos; “distritos creativos” (Socoloff, 2017); distritos urbanos gastronómicos-turísticos “DUGT” (Verduzco y Valenzuela, 2018).

La transformación de áreas centrales residenciales ha devenido una nueva propuesta urbana. La generación de distritos urbanos como un fenómeno contemporáneo que aspira a la construcción de una ciudad competitiva y globalizada (De Mattos, 2002; Parnreiter, 2011), si bien no existe un consenso sobre el concepto, podemos enunciarlos como “grandes proyectos culturales o inmobiliarios de uso mixto (vivienda, comercio y oficinas) que sirven como anclas de la dinámica urbana, económica y social de los distritos en cuestión” (Verduzco y Valenzuela, 2018, p.239). Para Socoloff (2017) se entienden como una política económica de incentivos para que empresas se instalen en polígonos establecidos, conviviendo con tejido residencial y comercial promoviendo la reconversión de usos de suelo en áreas consolidadas.

Algunas referencias a nivel mundial, son, Gaslamp en San Diego, California; SOHO en Nueva York; Puerto Madero en Buenos Aires, Argentina; Bellavista en Santiago de Chile; La Condesa en Ciudad de México. En la ciudad de Monterrey podemos encontrar recientemente, Distrito Tec, Distrito Purísima y Distrito Valle Oriente, por mencionar algunos.

Por ello, los distritos son promovidos como “centralidades urbanas”, capaces de concentrar empleo, transporte, servicios, comercio y vivienda. De acuerdo al Instituto Metropolitano de Planeación (IMEPLAN), se caracterizan por tener un “alto potencial de generación de identidad y arraigo entre sus habitantes”.

Si concebimos a la ciudad como aglomeraciones de personas distintas entre sí; ¿Los distritos urbanos permiten los encuentros en diversidad?

En este sentido, no siempre se consigue crear identidad y arraigo en sus habitantes, tal como lo apunta el IMEPLAN. Es decir estos proyectos responden a una concepción comercial, donde el espacio privatizado es vendido como espacio público; detrás de esta concepción discursiva de transformar el tejido social, generar comunidad y la creación de “espacios públicos”, nos encontramos con una mercantilización del espacio urbano. Los actores principales son privados y el “distrito” concibe al consumo como su principal interacción socio-urbana, es decir, si estas dentro de estos distritos el fin último es la compra-venta de productos y/o servicios, toda expresión artística, política y social que no esté dirigida a la ganancia pueden ser calladas en cualquier momento.

Del mismo modo podemos constatar una negación de la diversidad y encuentro con el “otro” según la ética de Levinas. Para Sabatini (2006) hablamos de una homogeneidad social del espacio, donde solo interactúan personas de la misma clase social, una segregación voluntaria y determinada por los distritos; nosotros y no ellos, la maximización de las ganancias.

¿Cuál es la realidad de Monterrey?

Retomando la concepción de distrito desde Verduzco y Valenzuela (2018), encontramos otra descripción, que es acorde a una valoración de lo existente, que apela a la identidad y a un vínculo entre el paso y el futuro de la ciudad. “Identidad o herencia barrial o distrital existente (casco cultural), usualmente definida en torno al nombre de un equipamiento, una calle, una colonia o algún otro referente cultural o sociourbano que permite establecer un vínculo entre pasado y futuro del distrito (Bareére et al; 2012; Hall y Gossling, 2016; citado en Verduzco y Valenzuela, 2018, p. 239).

Una diferencia puntual entre crear ciudad o segregar a partir de los distritos es la concepción, gestión y vinculación con la comunidad. Los distritos tendrán éxito si logran un proceso de gestión que priorice los consensos entre la comunidad, privados y la administración pública, concretar acciones específicas de transporte público, imagen urbana, patrimonio cultural y fomentar la inclusión a procesos participativos para reivindicar y/o recuperar el “derecho a la ciudad” (Lefebvre, 1974), entendida como la capacidad de los individuos a moldear el espacio en un contexto de equidad y acceso a servicios que garanticen una vida digna.

En este marco contextual; ¿La propuesta de “distritos” de nuestra ciudad busca el desarrollo del barrio?, ¿Busca crear una identidad o reconocer la existente?, ¿La iniciativa debe provenir de un urbanista o producto de una participación ciudadana?, ¿Cómo podemos asegurar su éxito reflejado en la mejora de la calidad de vida de sus habitantes?

Estas deberían ser las preguntas que dirijan la discusión de los “distritos” desde el punto de vista de su conceptualización en la ciudad y no de sus dinámicas mercadológicas.